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Edgar Allan Poe (Boston, 1809
- Baltimore, 1849)
el cuervo
Una vez, al filo
de una lúgubre media noche, mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido, inclinado sobre un viejo y raro
libro de olvidada ciencia, cabeceando, casi dormido, oyóse de súbito un leve golpe, como si suavemente tocaran, tocaran
a la puerta de mi cuarto. “Es —dije musitando— un visitante tocando quedo a la puerta de mi cuarto. Eso
es todo, y nada más.”
¡Ah! aquel lúcido recuerdo de un gélido diciembre; espectros de brasas moribundas reflejadas
en el suelo; angustia del deseo del nuevo día; en vano encareciendo a mis libros dieran tregua a mi dolor. Dolor
por la pérdida de Leonora, la única, virgen radiante, Leonora por los ángeles llamada. Aquí ya sin nombre, para siempre.
Y
el crujir triste, vago, escalofriante de la seda de las cortinas rojas llenábame de fantásticos terrores jamás antes
sentidos. Y ahora aquí, en pie, acallando el latido de mi corazón, vuelvo a repetir: “Es un visitante
a la puerta de mi cuarto queriendo entrar. Algún visitante que a deshora a mi cuarto quiere entrar. Eso es todo,
y nada más.”
Ahora, mi ánimo cobraba bríos, y ya sin titubeos: “Señor —dije— o señora,
en verdad vuestro perdón imploro, mas el caso es que, adormilado cuando vinisteis a tocar quedamente, tan quedo
vinisteis a llamar, a llamar a la puerta de mi cuarto, que apenas pude creer que os oía.” Y entonces abrí de
par en par la puerta: Oscuridad, y nada más.
Escrutando hondo en aquella negrura permanecí largo rato, atónito,
temeroso, dudando, soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido jamás a soñar. Mas en el silencio insondable
la quietud callaba, y la única palabra ahí proferida era el balbuceo de un nombre: “¿Leonora?” Lo pronuncié
en un susurro, y el eco lo devolvió en un murmullo: “¡Leonora!” Apenas esto fue, y nada más.
Vuelto
a mi cuarto, mi alma toda, toda mi alma abrasándose dentro de mí, no tardé en oír de nuevo tocar con mayor fuerza. “Ciertamente
—me dije—, ciertamente algo sucede en la reja de mi ventana. Dejad, pues, que vea lo que sucede allí, y
así penetrar pueda en el misterio. Dejad que a mi corazón llegue un momento el silencio, y así penetrar pueda en el
misterio.” ¡Es el viento, y nada más!
De un golpe abrí la puerta, y con suave batir de alas, entró un
majestuoso cuervo de los santos días idos. Sin asomos de reverencia, ni un instante quedo; y con aires de gran
señor o de gran dama fue a posarse en el busto de Palas, sobre el dintel de mi puerta. Posado, inmóvil, y nada más.
Entonces,
este pájaro de ébano cambió mis tristes fantasías en una sonrisa con el grave y severo decoro del aspecto de que
se revestía. “Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—, no serás un cobarde, hórrido cuervo
vetusto y amenazador. Evadido de la ribera nocturna. ¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!” Y
el Cuervo dijo: “Nunca más.”
Cuánto me asombró que pájaro tan desgarbado pudiera hablar tan claramente; aunque
poco significaba su respuesta. Poco pertinente era. Pues no podemos sino concordar en que ningún ser humano ha sido
antes bendecido con la visión de un pájaro posado sobre el dintel de su puerta, pájaro o bestia, posado en el busto
esculpido de Palas en el dintel de su puerta con semejante nombre: “Nunca más.”
Mas el Cuervo, posado
solitario en el sereno busto. las palabras pronunció, como virtiendo su alma sólo en esas palabras. Nada más dijo
entonces; no movió ni una pluma. Y entonces yo me dije, apenas murmurando: “Otros amigos se han ido antes; mañana
él también me dejará, como me abandonaron mis esperanzas.” Y entonces dijo el pájaro: “Nunca más.”
Sobrecogido
al romper el silencio tan idóneas palabras, “sin duda —pensé—, sin duda lo que dice es todo lo
que sabe, su solo repertorio, aprendido de un amo infortunado a quien desastre impío persiguió, acosó sin dar tregua hasta
que su cantinela sólo tuvo un sentido, hasta que las endechas de su esperanza llevaron sólo esa carga melancólica de
‘Nunca, nunca más’.”
Mas el Cuervo arrancó todavía de mis tristes fantasías una sonrisa; acerqué
un mullido asiento frente al pájaro, el busto y la puerta; y entonces, hundiéndome en el terciopelo, empecé a enlazar
una fantasía con otra, pensando en lo que este ominoso pájaro de antaño, lo que este torvo, desgarbado, hórrido, flaco
y ominoso pájaro de antaño quería decir granzando: “Nunca más.”
En esto cavilaba, sentado, sin pronunciar
palabra, frente al ave cuyos ojos, como-tizones encendidos, quemaban hasta el fondo de mi pecho. Esto y más, sentado,
adivinaba, con la cabeza reclinada en el aterciopelado forro del cojín acariciado por la luz de la lámpara; en
el forro de terciopelo violeta acariciado por la luz de la lámpara ¡que ella no oprimiría, ¡ay!, nunca más!
Entonces
me pareció que el aire se tornaba más denso, perfumado por invisible incensario mecido por serafines cuyas pisadas
tintineaban en el piso alfombrado. “¡Miserable —dije—, tu Dios te ha concedido, por estos ángeles
te ha otorgado una tregua, tregua de nepente de tus recuerdos de Leonora! ¡Apura, oh, apura este dulce nepente y
olvida a tu ausente Leonora!” Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”
“¡Profeta!” —exclamé—,
¡cosa diabolica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio enviado por el Tentador, o arrojado por la tempestad a este
refugio desolado e impávido, a esta desértica tierra encantada, a este hogar hechizado por el horror! Profeta, dime,
en verdad te lo imploro, ¿hay, dime, hay bálsamo en Galaad? ¡Dime, dime, te imploro!” Y el cuervo dijo: “Nunca
más.”
“¡Profeta! —exclamé—, ¡cosa diabólica! ¡Profeta, sí, seas pájaro o demonio! ¡Por
ese cielo que se curva sobre nuestras cabezas, ese Dios que adoramos tú y yo, dile a esta alma abrumada de penas si
en el remoto Edén tendrá en sus brazos a una santa doncella llamada por los ángeles Leonora, tendrá en sus brazos
a una rara y radiante virgen llamada por los ángeles Leonora!” Y el cuervo dijo: “Nunca más.”
“¡Sea
esa palabra nuestra señal de partida pájaro o espíritu maligno! —le grité presuntuoso. ¡Vuelve a la tempestad,
a la ribera de la Noche Plutónica. No dejes pluma negra alguna, prenda de la mentira que profirió tu espíritu! Deja
mi soledad intacta. Abandona el busto del dintel de mi puerta. Aparta tu pico de mi corazón y tu figura del dintel
de mi puerta. Y el Cuervo dijo: “Nunca más.”
Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo. Aún sigue posado,
aún sigue posado en el pálido busto de Palas. en el dintel de la puerta de mi cuarto. Y sus ojos tienen la apariencia de
los de un demonio que está soñando. Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama tiende en el suelo su sombra. Y mi
alma, del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo, no podrá liberarse. ¡Nunca más!
Edgar Allan Poe (1809-1849) nació en Boston y fue abandonado por el padre y huérfano de la madre a
los dos años de edad. Fue recogido por el matrimonio Allan, un matrimonio sin hijos que, aunque no lo adoptara oficialmente,
lo trató siempre como a hijo legítimo. En 1815 marchó con ellos a Inglaterra y asistió a varios colegios.
En 1824, la muerte de la madre de uno de sus condiscípulos, por quien el solitario muchacho experimentó una singular
adoración, le dejó sumido en su primer período de melancolía. Sus sentimientos por ella quedaron reflejados en su poema A
Elena.
En febrero de 1826 se matriculó en la Universidad de Virginia y, aunque excelente alumno, hubo de abandonarla, pues
su padre putativo no bastaba para mantener la vida que se esperaba de los alumnos de aquel centro y contrajo "deudas de honor",
que Mr. Allan se negó a pagar. La tensión entre ambos culminó en una violenta discusión, tras la cual, el 19 de marzo de 1827,
dejó el hogar y el mes siguiente apareció en Boston.
Aquí publicó Tammerlane and Other Poems, pequeño volumen de versos que apenas atrajo la atención. Con el nombre de
Edgar Allan Perry se alistó en la marina y fue destinado a la isla de Sullivan, de la que más adelante haría una vívida descripción
en The Gold Bug (1843). En 1829 ingresó en la academia de West Point. No le gustó la vida de aquel centro e hizo lo posible
por que lo expulsaran, lo que consiguió en marzo de 1831.
Tras su expulsión empezó verdaderamente su carrera literaria. En 1835 ingresó en la redacción del Southern Literary
Messenger, de Richmond, y allí se marchó a vivir con su tía Mary Clemm y la hija de ésta, Virginia, con las que ya había vivido
antes en Baltimore (1829-30). El 16 de mayo de 1836 se casó con Virginia, que todavía no había cumplido los 14 años. En 1837
se trasladó con su familia a Nueva York, donde publicó su novela más larga, Tha Narrative of Arthur Gordon Pimm, que tampoco
fue un éxito.
Luego marchó a Filadelfia y escribió The Conchologist's First Book (1839) y Tales of the Grotesque and Arabesque (1840).
En 1844 volvió a Nueva York y vio llegarle la fama con The Raven. En 1846 se trasladó a una casita de campo en Fordham para
atender a su esposa, inválida, que murió el 30 de enero de 1847. Después de la muerte de Virginia sólo publicó un libro, Eureka,
a Prose Poem (1848), que el poeta consideró su obra cumbre, juicio que no ha compartido la crítica, que sigue prefiriendo
su alucinante Ulalume (1847) y su lírica Annabel Lee (1849).
La obra de Poe exhibe una personalidad paradójica sorprendente; es el producto de una mente a la vez rigurosamente
lógica e impetuosamente imaginativa. De este modo, pudo crear historias que requerían para su solución un rígido proceso de
deducción mental (The Murders in the Rue Morgue, The Purloined Letter) y relatos de fantástica irrealidad (The Fall of the
House of Usher, Ligeria, The Masque of the Red Death). Sus poemas se caracterizan por un ritmo insistente y un vocabulario
metafórico a la vez tenebrosamente romántico y casi austeramente clásico.
Con su creación de la historia de raciocinio sentó las bases de la novela policíaca. Sus fantasías y poemas han venido
a integrar la historia del movimiento simbolista de Francia, Alemania y Rusia. Parece que en sus últimos años vivió dominado
por la melancolía y el alcoholismo.
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AULLIDO
Allen Ginsberg (1926-1997)
He visto las mejores mentes de
mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer
buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria
de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural
de los departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz.
Quienes expusieron
sus cerebros al Cielo, bajo Él y vieron ángeles mahometanos tambaleándose en los techos de apartamentos iluminados.
Quienes
pasaron por las universidades con ojos radiantes y frescos alucinando con Arkansas y la tragedia luminosa de Blake entre los
estudiantes de la guerra.
Quienes fueron expulsados de las academias por locos por publicar odas obscenas en las ventanas
del cráneo.
Quienes se encogieron sin afeitar y en ropa interior, quemando su dinero en papeleras y escuchando el Terror
a través de las paredes.
Quienes se jodieron sus pelos púbicos al volver de Laredo con un cinturón de marihuana para
New York.
Quienes comieron fuego en hoteles coloreados o bebieron trementina en Paradise Alley, muerte, o purgaron
sus torsos noche tras noche con sueños, con drogas, con pesadillas despiertas, alcohol y verga y bolas infinitas, ceguera
incomparable; calles de nubes vibrantes y relámpagos en la mente saltando hacia los polos de Canadá y Paterson, iluminando
todas las palabras inmóviles del Tiempo, sólidos peyotes de los vestíbulos, amaneceres en el cementerio del árbol verde, ebriedad
del vino en los tejados, puestos municipales el neon estridente luces del tráfico parpadeantes, vibraciones del sol, la luna
y los árboles en los bulliciosos crepúsculos de invierno de Brooklyn, estrepitosos tarros de basura y una regia clase de iluminación
de la mente.
Quienes se encadenaron a sí mismos a los subterráneos para el viaje infinito desde Battery al santo Bronx
en benzedrina hasta que el ruido de las ruedas y niños empujándolos hacia salidas exploradas estremecidas y desiertos golpeados
de cerebros absolutamente secos de esplendor en la melancólica luz del Zoo.
Quienes se hundieron toda la noche en la
luz submarina de Bickford's emergidos y sentados junto a la añeja cerveza después del mediodía en el desolado Fugazzi's, escuchando
el crujido del destino en la caja de música de hidrógeno.
Quienes hablaron setenta horas seguidas desde el parque a
la barra a Bellevue al museo al Puente de Brooklyn, batallón perdido de conversadores platónicos bajando de espaldas las escaleras
de escape de los alfeizares del Empire State lejos de la luna, gritando incoherencias, vomitando susurrando hechos y recuerdos
y anécdotas y patadas en la bola del ojo y traumas de hospitales y cárceles y guerras, intelectos enteros disgregados en amnesia
por siete días y noches con ojos brillantes, carne para la Sinagoga arrojada al pavimento.
Quienes se desvanecieron
en ninguna parte de Zen New Jersey dejando un reguero de ambiguas postales ilustradas de Atlantic City Hall, sufriendo sudores
orientales y artritis Tangerianas y jaquecas de China bajo la basura en las salas sin muebles de Newark.
Quienes dieron
vueltas y vueltas en la medianoche por el patio de trenes preguntándose adónde ir, y fueron, sin dejar corazones rotos.
Quienes
prendieron cigarrillos en vagones traqueteando por la nieve hacia granjas solitarias en la noche del abuelo.
Quienes
estudiaron a Plotino, Poe, San Juan de La Cruz, telepatía y cábala debido a que el cosmos instintivamente vibraba en sus pies
en Kansas.
Quienes solos por las calles de Idaho buscaban ángeles indios visionarios que fueran ángeles indios visionarios.
Quienes
pensaban que sólo estaban locos cuando Baltimore destellaba en éxtasis sobrenatural.
Quienes saltaron a limusinas con
el Chinaman de Oklahoma impulsados por la lluvia de los pequeños pueblos a la luz callejera de la medianoche del invierno.
Quienes
haraganeaban hambrientos y solos por Houston buscando jazz o sexo o sopa, y siguieron al brillante español para conversar
sobre América y la eternidad, una tarea sin esperanza, y tomaron un barco para África
Quienes desaparecieron en los
volcanes de México dejando tras suyo nada excepto la sombra del estiércol y la lava y la ceniza de la poesía quemada en Chicago.
Quienes
reaparecieron en la Costa Oeste investigando el F.B.I. en barbas y pantalones cortos con grandes ojos pacifistas atractivos
en su oscura piel entregando incomprensibles folletos.
Quienes se quemaron sus brazos con cigarros encendidos protestando
contra la bruma narcótica del tabaco del Capitalismo.
Quienes distribuyeron panfletos supercomunistas en Union Square
sollozando y desvistiéndose mientras las sirenas de Los Alamos los deprimían, y se deprimía Wall, y el ferry de Staten Islan
también se deprimía.
Quienes rompieron a llorar en blancos gimnasios desnudos y temblorosos frente a la maquinaria
de otros esqueletos.
Quienes mordieron detectives en el cuello y chillaron con placer en autos policiales por no cometer
un crimen salvo su propia pederastia salvaje y su intoxicación.
Quienes aullaron de rodillas en el metro y fueron arrastrados
por el techo ondeando sus genitales y manuscritos.
Quienes permitieron ser penetrados por el ano por virtuosos motociclistas,
y gritaron con alegría.
Quienes chuparon y fueron chupados por aquellos serafines humanos, los marineros, caricias
del amor Atlántico y Caribeño.
Quienes eyacularon en la mañana en la tarde en jardines de rosas y en el pasto de parques
públicos y cementerios esparciendo su semen libremente a quienquiera que llegara.
Quienes hiparon sin cesar tratando
de reír pero se torcían de llanto detrás de un cubículo de un Baño Turco cuando el ángel rubio y desnudo venía a atravesarlos
con una espada.
Quienes perdieron a sus amantes por las tres viejas musarañas del destino, la musaraña tuerta del dólar
heterosexual, la musaraña tuerta que hace guiños fuera del útero y la musaraña tuerta que no hace nada sino sentarse en su
trasero y corta las hebras doradas intelectuales del vislumbre del artesano.
Quienes copularon extáticos e insaciables
con una botella de cerveza, un novio, un paquete de cigarrillos, una vela y se cayeron de la cama, y continuaron en el suelo
y por los pasillos y terminaron desmayándose en la pared con una visión del último coño y llegaron a eludir el último atisbo
de conciencia.
Quienes endulzaron las conchitas de un millón de chicas temblorosas en el ocaso, y tenían los ojos rojos
en la mañana pero preparados para endulzar las conchitas del sol naciente, destellantes traseros bajo los establos y desnudos
en el lago.
Quienes iban a putas en Colorado por miríadas en autos robados, N.C., héroe secreto de estos poemas, semental
y Adonis del alegre Denver a la memoria de sus innumerables encamadas con chicas en lotes vacíos, patios de bares, hileras
de desvencijadas casas rodantes en la cima de montañas, en cavernas o con demacradas meseras en familiares subidas de enaguas
al lado del camino y especialmente la secreta estación de gasolina solipsismos de Juan, y callejones pueblerinos también
Quienes
se desvanecieron en vastas películas sórdidas, se transformaron en sueños, despertaron en un repentino Manhattan, y se encontraron
a sí mismos fuera de los sótanos colgados sobre descorazonados Tokay y los horrores de los sueños de hierro de la Tercera
Avenida y tropezaron con las oficinas de desempleo.
Quienes caminaron toda la noche con sus zapatos llenos de sangre
en los muelles esperando una puerta en East River para entrar a un cuarto lleno de vapor caliente y opio.
Quienes crearon
grandes dramas suicidas en el apartamento de los acantilados del Hudson bajo el rayo azul de la luna de tiempo de guerra y
sus cabezas eran coronadas con el laurel del olvido.
Quienes comieron la cazuela de cordero de la imaginación o digirieron
cangrejos en el fondo lodoso de los ríos de Bowery.
Quienes lloraron por el romance de las calles con sus carritos
llenos de cebollas y mala música.
Quienes se sentaron en cajas respirando en la oscuridad bajo el puente, y se levantaron
para construir arpas en sus desvanes.
Quienes tosían en el sexto piso del populoso Harlem con llamas bajo el cielo
tuberculoso rodeados por las jaulas naranjas de la teología.
Quienes garrapatearon toda la noche golpeando y rodando
sobre elevadas incantaciones que en las amarillas mañanas eran estrofas de jerigonza.
Quienes cocinaron animales podridos
pulmones, corazón, pata, cola borsht y tortilla soñando con el puro reino vegetal.
Quienes se zambulleron en camiones
de carne buscando un huevo.
Quienes tiraron sus relojes del tejado para dar su voto a la eternidad fuera del Tiempo
y despertadores cayeron sobre sus cabezas todos los días por la siguiente década.
Quienes se cortaron las muñecas tres
veces seguidas sin éxito, se rindieron y fueron forzados a abrir anticuarios donde pensaban que se ponían viejos y gritaban.
Quienes
fueron quemados vivos en sus inocentes trajes de franela en Madison Avenue entre ráfagas de versos plomizos y el parloteo
borracho de los regimientos de acero de la moda y los chillidos de nitroglicerina de las agencias de publicidad y el gas mostaza
de los editores siniestramente inteligentes, o cayeron por los taxis ebrios de la Absoluta Realidad.
Quienes saltaron
del Puente de Brooklyn esto realmente sucedió y quedaron desconocidos y olvidados en el aturdimiento fantasmal de los callejones
de sopa y camiones de incendio de Chinatown, ni siquiera una cerveza gratis.
Quienes cantaron por sus ventanas de desesperación,
cayeron de la ventana del metro, saltaron en el sucio Passaic, brincaron en negros, gritaron por toda la calle, bailaron descalzos
en trozos de copas de vino rotas grabaciones de fonógrafos de la nostalgia Europea jazz alemán de 1930 terminaron el whisky
y se lanzaron gemebundos en baños sangrientos, gemidos en sus oídos y la ráfaga colosal del silbido del vapor.
Quienes
rodaron por las carreteras del viaje al pasado para cada uno el látigo del Gólgota reloj de la soledad de la cárcel o encarnación
del jazz de Birmingham.
Quienes condujeron una visión para encontrar la eternidad.
Quienes viajaron a Denver.
Quienes
murieron en Denver.
Quienes volvieron a Denver y esperaron en vano.
Quienes aguardaron en Denver y empollaron
solos en Denver y finalmente se fueron para encontrar el Tiempo, y Denver es solitario para sus heroínas.
Quienes cayeron
de rodillas en catedrales sin esperanza rezando por la salvación de cada uno y la luz y los pechos, hasta que el alma iluminara
su cabello por un segundo.
Quienes chocaron con sus mentes en la cárcel esperando criminales imposibles con cabezas
doradas y el encanto de la realidad en sus corazones que cantaban dulces blues a Alcatraz.
Quienes se retiraron a México
para cultivar un hábito, o a Rocky Mount para ofrecer Buddha o Tánger a los muchachos al Southern Pacific a la locomotora
negra o a Harvard a Narciso a Woodland para la sepultura o daisychain.
Quienes exigieron juicios de cordura acusando
a la radio de hipnotismo y fueron dejados con su locura y sus manos y un jurado colgado.
Quienes arrojaron papas saladas
a los conferencistas de Dadaísmo en CCNY y subsecuentemente se presentaron ellos mismos en las baldosas de granito del manicomio
con cabezas rapadas y un discurso arlequinesco de suicidio, demandando una lobotomía instantánea, y quienes a su vez se entregaron
a la nulidad concreta de la insulina, Metrazol, electricidad, hidroterapia, psicoterapia, terapia ocupacional, ping pong y
amnesia.
Quienes en protesta seria dieron vuelta sólo una simbólica mesa de ping pong, descansando brevemente en
catatonia, volviendo años después verdaderamente calvos excepto por una peluca de sangre, y lágrimas y dedos, a la visible
fatalidad del hombre loco de los pupilos de los pueblos locos del Este, salas fétidas de Pilgrim State's Rockland's y Greystone
discutiendo con los ecos del alma, pegando y rodando en la soledad-banca-dolmen-reinos del amor de medianoche, sueños de vida
en una pesadilla cuerpos convertidos en roca tan pesados como la luna, con la madre finalmente, y el último libro fantástico
arrojado por las ventanas del departamento, y la última puerta cerrada a las 4 A.M. y el último teléfono pegado a la pared
sonando y la última pieza amueblada, un papel rosa amarillo torcido en un colgador de alambre en el closet, e incluso eso
imaginario, nada sino un poco de esperanzadora alucinación ah, Carl, mientras no estés seguro yo no estoy seguro, y ahora
tú estás realmente en la sopa animal total del tiempo y quienes por lo tanto corrieron a través de las calles congeladas obsesionados
con un repentino destello de la alquimia del uso de la elipse el catálogo el metro y el plano vibrante.
Quienes soñaron
y encarnaron brechas en el Tiempo y Espacio a través de imágenes yuxtapuestas, y atraparon al arcángel del alma entre 2 imágenes
visuales y unieron los verbos elementales y establecieron el nombre y rasgos de la conciencia al mismo tiempo saltando con
sensación de Pater Omnipotens Aeterna Deus para recrear la sintaxis y medida de la pobre prosa humana y ponerse frente a ti
estupefacto e inteligente y sacudirse con vergüenza, rechazando incluso revelar el alma para conformarse al ritmo del pensamiento
en su desnuda y eterna cabeza, el vagabundo loco y el golpe del ángel del Tiempo, desconocido, incluso poniendo aquí lo que
podría dejar de ser dicho en tiempo de volver después de la muerte, y surgieron reencarnados en los trajes fantasmales del
jazz en la sombra del corno dorado de la banda y exhalar el sufrimiento de la mente desnuda de América para amar en un eli
eli lamma lamma sabacthani saxofón que llora estremeciendo las ciudades bajo la última radio con el corazón absoluto del poema
de la vida descarnada de sus propios cuerpos buenos para comer mil años.San Francisco 1955-1956 |
San Francisco 1995-1956
Allen Ginsberg: Poeta estadounidense, nacido en Newark
(Nueva Jersey). Portavoz de la Beat Generation de los años cincuenta, cantor de la América underground y voz de vagabundos
y marginados, Ginsberg escribe en la tradición de Walt Whitman y William Carlos Williams. Su poesía es informal, discursiva,
incluso repetitiva; su inmediatez, honestidad y su explícito contenido sexual le proporciona a menudo una cualidad improvisada.
Aullido (1956) constituye una crítica furiosa contra las falsas esperanzas y rotas promesas de la historia de su país. Otros
libros de poesía son Kaddish (1961), Sandwiches de realidad (1963), Noticias del planeta (1968) y Sudario blanco (1987). Sus
Cartas del Yagué (1963) interrelacionadas con TV baby poems (1967) expresan con un lirismo casi místico sus sentimientos anarquistas
y nacionalistas.
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