HAMPI
Habíamos pasado toda la noche a las puertas del templo
hindú, reclinados sobre esa gran roca redonda y plana, bajo la luz de la luna llena de abril; y faltaba poco para amanecer
cuando nos dormimos apenas cubiertos por una manta y con el bolso apretado entre nuestros cuerpos.
Yo desperté dos horas más tarde y me percaté de que
el bolso había desaparecido. El bolso con nuestra cámara Pentax y el zoom pero, especialmente, con todos los rollos de fotos
de nuestra estadía en Goa en plena temporada turística, fotos de la playa, de los amigos, de las iglesias, de las casonas
coloniales portuguesas. Pero no nos lamentábamos, cosa que mucho asombró a la pareja de ingleses del templo vecino al nuestro.
¡Una cámara tan valiosa! se admiraban…
Decidimos que era hora de proseguir viaje más al sur
de India. Había sido fabuloso asistir a las celebraciones con ocasión del cumpleaños de Hanuman, el dios mono, que en la ciudad
de Hampi estado de Karnakata, eran especialmente coloridas con grandes carrozas, ritos religiosos y su folklórico bazaar.
Recogimos nuestros morrales y empezamos a caminar
bajo un sol que, a pesar de lo temprano, ya era inclemente. A nuestras espaldas dejábamos el sagrado río Tungabhadra y un
universo de templos de roca, algunos ya en ruinas, pertenecientes al extinto imperio de Vijayanagara.
Cada uno llevaba en la boca el amargo sabor de la
pérdida del bolso pero nada comentábamos salvo lo relativo a la sagacidad de los ladrones. Atravesamos un túnel donde los
viandantes se refrescaban y salimos a un claro donde nos encontramos con una escena perturbadora:
En el medio del camino, sobre el piso de roca y bajo
una temperatura cercana a los 50º, un renunciante se revolcaba sobre sí mismo y desesperadamente recitaba mantras para sobrellevar
el dolor inenarrable de tener un brazo recién amputado. El sol quemaba el sanguinolento
muñón y los mantras del renunciante eran en extremo perturbadores. Los transeúntes miraban brevemente la escena y algunos
le lanzaban monedas.
Nosotros, tomamos el autobús que nos llevó al pueblo
más cercano y decidimos buscar hospedaje. Entramos a la recepción de un hotel y, mientras nos registrábamos, observé un letrero
en la pared, justo detrás del recepcionista. Y decía:
Yo me lamentaba
Porque no tenía zapatos
Hasta que vi a uno
Que no tenía pies.
Trina Quiñones
Caracas, 06-10-2007